sábado, 29 de junio de 2013

“LA MENTIRA Y LA SIMULACIÓN, DOS PRÁCTICAS MUY MEXICANAS”

Desde que nacemos todos los individuos debemos ajustarnos a las normas que rigen la sociedad a la que pertenecemos. Los valores, las costumbres, la religión, la educación, las tradiciones, etc., son aprendidas durante el crecimiento y reforzadas a lo lago de la vida en una serie de situaciones que se presentan de forma innegable. Los estereotipos y los paradigmas sociales también son asimilados en la infancia y repercuten en la forma de ver el mundo de las personas  producto de tal formación.

En este sentido los mexicanos de finales del siglo XX y principios del XXI, han sido educados en un ambiente familiar muy particular y a la vez contradictorio, por un lado los nacidos en las décadas de los setentas y ochentas crecieron en familias golpeadas por las crisis económicas recurrentes, pero con una aparente cohesión familiar estable, y por otro los nacidos durante los noventas y la primera década de este siglo, caracterizados por tener también crisis económicas, pero con un desmoronamiento de la estructura familiar. 

Este cambio en las relaciones intrafamiliares y la propia conformación de las familias, puso en evidencia la crisis de valores que venía permeando en las mentes jóvenes producto de tal institución social. Fue entonces que salió a la luz pública y de forma generalizada, el hecho de que las familias mexicanas mantenían unas relaciones deficientes y sus miembros carecían de un ambiente propicio para desarrollarse.

La familia “dejó de ser el refugio y un lugar lleno de amor”, como dice Sara Sefchovich, para convertirse en el origen de muchos de los problemas sociales que actualmente tiene nuestro país. El estereotipo familiar padre proveedor, madre protectora e hijos dependientes, dejó de existir y dio paso a una estructura familiar diversa, desde abuelos que se hacen cargo de sus nietos o trabajadoras domésticas que cuidan a los “patroncitos”, hasta niños sin vigilancia adulta que son “educados” por la televisión.
Con todo lo anterior cabe preguntarse: ¿Qué causó la crisis familiar en México?, las respuestas son muy variadas y pueden ser: la necesidad de trabajo de ambos padres producto de las crisis económicas y como consecuencia el desamparo emocional de los hijos, la falta de compromiso ante el matrimonio de las personas y la facilidad de acceder al divorcio, la violencia física y emocional dentro de las familias, el cambio de los valores morales de la sociedad mexicana, entre otras.

Pero a pesar de todo esto, los mexicanos siguen creyendo que formar una familia es la meta principal de la existencia, que formar un hogar es logro más alto que puede alcanzar alguien y que el amor es la consecuencia inmediata que tendrán los hijos producto del matrimonio, no en vano las telenovelas han vendido por años esta idea y se ha tatuado en el subconsciente colectivo de los que habitan éste país.

Sin embargo la realidad es muy desalentadora y distinta a lo que puede verse en la televisión, las familias que aún sobreviven tienden a ocultar sus deficiencias y simulan ante la sociedad su funcionalidad, aparentan estar en perfecta armonía cuando existen conflictos graves, sus miembros pueden mostrarse amorosos en público pero distantes emocionalmente cuando nadie los ve, viven una mentira, son una mentira.

Y si la familia que es el núcleo principal sobre el cual gira la sociedad, se está desvaneciendo y se encuentra viviendo una constante simulación de funcionalidad y una mentira, ¿qué se puede esperar de la propia sociedad?, algo similar a lo que está viviendo el país, una constante inseguridad, violencia en las calles y una total falta de justicia social, que no es reciente, pero que se ha recrudecido en los últimos años. 

Los niños y jóvenes carecen de unos padres que les pongan límites, y al no haberlos ni conocerlos,  piensan que pueden integrarse en una sociedad haciendo lo que les venga en gana, las consecuencias de sus actos no parecen preocuparles y la justicia es impuesta por el más fuerte, por el que tiene mayores recursos económicos, por el amigo o pariente de algún funcionario, por aquel que tiene la posibilidad de manipular a los encargados de impartir justicia o bien hacerlos manipulables a través del dinero.

La corrupción se ha convertido en una práctica de todos los días, en una acción casi natural en el orden de las cosas, existe desde las esferas más altas hasta las más bajas, es una forma de vida más palpable que la democracia, más evidente que la equidad de género y más redituable que las buenas costumbres. Y sin embargo las instituciones públicas encargadas de impartir justicia o de promulgar leyes, siguen simulando que se le combate asegurando en sus discursos que es un mal que se extirpará de las entrañas de un México cada vez más enfermo.

No existe la justicia social en México, ni existirá en el mediano plazo, las instituciones gubernamentales que buscan llevarla a todos los rincones del país mienten al decir que se están implementando estrategias para que los mexicanos accedan a ella, simulan que hacen algo y luego mienten al emitir los resultados, o bien manipulan la información de tal manera que al rendir cuentas se puedan ver avances significativos. Mientras exista en México gente que carezca de alimento, salud, vivienda, educación de calidad, y en suma del respeto de sus derechos más básicos no podrá existir la justicia social y ni hablar de impartición de justicia.

Pero, ¿a qué se debe que no haya justicia social el México? Y ¿Por qué los gobernantes no hacen algo por buscarla? Las respuestas a estas preguntas pueden hacer énfasis en la falta de compromiso de todos, desde la clase política que detenta el poder, hasta la clase más baja que no posee nada, las dos tienen una característica común: carecen de educación, pero no una educación entendida como la escolarización de los habitantes de un pueblo, sino como la capacidad del individuo para hacer salir de sí, las virtudes propias del ser  humano que lo lleve  a una mejor convivencia y que le permita desarrollar el espíritu de colaboración con los demás, de eso es de lo que se carece.
Desde hace mucho tiempo según Sefchovich, los discursos oficiales nos han venido asegurando que la educación es una de las grandes metas y la principal prioridad de los gobiernos en turno y esto es así porque a ella se le atribuyen las mayores virtudes para mejorar el futuro del país, lo que trae como consecuencia que la educación siga siendo hasta ahora el corazón de la política social del Estado mexicano; pero como casi todo lo que sucede en nuestro país, la educación escolarizada también se simula.

Es cierto que el sistema educativo mexicano ha realizado esfuerzos descomunales por, primero resolver la cobertura, después por garantizar el acceso y evitar la deserción y, en los últimos años, por lograr la calidad en los servicios educativos, y sin embargo existen factores incontrolables que alteran tales esfuerzos y hacer difícil lograr las metas planteadas.

Específicamente en el área de calidad educativa, se han propuesto una serie de reformas a los planes y programas de estudio que deberían tener como consecuencia mejores niveles de aprovechamiento escolar, sin embargo los resultados de las evaluaciones estandarizadas no son muy alentadores. Esto puede deberse a que cada gobierno en turno pretende dar su “toque” a la educación y se la pasan modificando constantemente la parte operativa de la misma, en pocas palabras y como dicen algunos maestros: “todavía no se asimila bien una reforma, cuando ya están mandando otra”.

Mención aparte debe tener la educación indígena, que como las propias comunidades, se encuentra en el abandono y aunque es materia para enriquecer y dar realce a los informes de labores o de gobierno, poco se ha hecho realmente por mejorarla. Las condiciones en que viven la mayoría de los habitantes de los pueblos indígenas no permiten siquiera satisfacer las necesidades más básicas de alimentación, salud y vivienda, mucho menos de una educación de calidad. Los indígenas son siempre carne de cañón a la hora de hacer publicidad electoral, pero son los últimos en recibir la atención de las autoridades.
No hay igualdad entre los indígenas y el resto de los mexicanos, los primeros casi siempre son tratados con desprecio y discriminados por los segundos, incluso hay quien piensa que son personas de segunda categoría y que todas sus calamidades se deben a que ellos mismos se las han provocado. No hay mejor ejemplo de marginación social que ser indígena, ser mujer y tener una condición de discapacidad física o mental, con esas tres características nadie en México tiene futuro.

Pero, ¿A qué se debe que exista tanto grado de marginación entre los habitantes de los pueblos indígenas? Las respuestas tienen que ver posiblemente con que no tienen las condiciones necesarias para desarrollarse integralmente, pero sobre todo por las condiciones de pobreza extrema que padecen. La economía de México se ha visto envuelta en una serie de convulsiones que han permitido la movilidad de algunas clases sociales entre los habitantes de ésta nación: algunos sectores de la clase media han caído en la pobreza y la mayoría de los pobres se han movido a la pobreza extrema.

Siempre se destacan en los informes gubernamentales que existe un crecimiento en la economía del país, por lo general de afirma que en términos macroeconómicos México se encuentra en una posición aceptable, sin embargo para el grueso de la población que vive al día en trabajos agotadores y con sueldos miserables, la percepción es muy distinta, saben perfectamente que les mienten.


Las medidas tendientes a aceptar al neoliberalismo como forma de gobierno han hecho que el país se encuentre en una total dependencia del petróleo para solventar los gastos públicos, se han perdido más empleos de los que se pueden generar y se han adquirido créditos para salir adelante, todo en el afán de conservar lo que se tiene: un gobierno funcionando, o mejor dicho, un gobierno simulando que funciona.   

BIBLIOGRAFÍA:
Sefchovich, Sara
País de mentiras. Océano. México

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