Desde que nacemos todos los individuos
debemos ajustarnos a las normas que rigen la sociedad a la que pertenecemos.
Los valores, las costumbres, la religión, la educación, las tradiciones, etc.,
son aprendidas durante el crecimiento y reforzadas a lo lago de la vida en una
serie de situaciones que se presentan de forma innegable. Los estereotipos y
los paradigmas sociales también son asimilados en la infancia y repercuten en
la forma de ver el mundo de las personas
producto de tal formación.
En este sentido los mexicanos de finales del
siglo XX y principios del XXI, han sido educados en un ambiente familiar muy
particular y a la vez contradictorio, por un lado los nacidos en las décadas de
los setentas y ochentas crecieron en familias golpeadas por las crisis
económicas recurrentes, pero con una aparente cohesión familiar estable, y por
otro los nacidos durante los noventas y la primera década de este siglo,
caracterizados por tener también crisis económicas, pero con un desmoronamiento
de la estructura familiar.
Este cambio en las relaciones intrafamiliares
y la propia conformación de las familias, puso en evidencia la crisis de
valores que venía permeando en las mentes jóvenes producto de tal institución
social. Fue entonces que salió a la luz pública y de forma generalizada, el
hecho de que las familias mexicanas mantenían unas relaciones deficientes y sus
miembros carecían de un ambiente propicio para desarrollarse.
La familia “dejó de ser el refugio y un lugar
lleno de amor”, como dice Sara Sefchovich, para convertirse en el origen de
muchos de los problemas sociales que actualmente tiene nuestro país. El
estereotipo familiar padre proveedor, madre protectora e hijos dependientes,
dejó de existir y dio paso a una estructura familiar diversa, desde abuelos que
se hacen cargo de sus nietos o trabajadoras domésticas que cuidan a los
“patroncitos”, hasta niños sin vigilancia adulta que son “educados” por la
televisión.
Con todo lo anterior cabe preguntarse: ¿Qué
causó la crisis familiar en México?, las respuestas son muy variadas y pueden
ser: la necesidad de trabajo de ambos padres producto de las crisis económicas
y como consecuencia el desamparo emocional de los hijos, la falta de compromiso
ante el matrimonio de las personas y la facilidad de acceder al divorcio, la
violencia física y emocional dentro de las familias, el cambio de los valores
morales de la sociedad mexicana, entre otras.
Pero a pesar de todo esto, los mexicanos
siguen creyendo que formar una familia es la meta principal de la existencia,
que formar un hogar es logro más alto que puede alcanzar alguien y que el amor
es la consecuencia inmediata que tendrán los hijos producto del matrimonio, no
en vano las telenovelas han vendido por años esta idea y se ha tatuado en el
subconsciente colectivo de los que habitan éste país.
Sin embargo la realidad es muy desalentadora
y distinta a lo que puede verse en la televisión, las familias que aún
sobreviven tienden a ocultar sus deficiencias y simulan ante la sociedad su
funcionalidad, aparentan estar en perfecta armonía cuando existen conflictos
graves, sus miembros pueden mostrarse amorosos en público pero distantes
emocionalmente cuando nadie los ve, viven una mentira, son una mentira.
Y si la familia que es el núcleo principal
sobre el cual gira la sociedad, se está desvaneciendo y se encuentra viviendo una
constante simulación de funcionalidad y una mentira, ¿qué se puede esperar de
la propia sociedad?, algo similar a lo que está viviendo el país, una constante
inseguridad, violencia en las calles y una total falta de justicia social, que
no es reciente, pero que se ha recrudecido en los últimos años.
Los niños y jóvenes carecen de unos padres
que les pongan límites, y al no haberlos ni conocerlos, piensan que pueden integrarse en una sociedad
haciendo lo que les venga en gana, las consecuencias de sus actos no parecen
preocuparles y la justicia es impuesta por el más fuerte, por el que tiene
mayores recursos económicos, por el amigo o pariente de algún funcionario, por
aquel que tiene la posibilidad de manipular a los encargados de impartir
justicia o bien hacerlos manipulables a través del dinero.
La corrupción se ha convertido en una
práctica de todos los días, en una acción casi natural en el orden de las cosas,
existe desde las esferas más altas hasta las más bajas, es una forma de vida
más palpable que la democracia, más evidente que la equidad de género y más
redituable que las buenas costumbres. Y sin embargo las instituciones públicas
encargadas de impartir justicia o de promulgar leyes, siguen simulando que se
le combate asegurando en sus discursos que es un mal que se extirpará de las
entrañas de un México cada vez más enfermo.
No existe la justicia social en México, ni
existirá en el mediano plazo, las instituciones gubernamentales que buscan
llevarla a todos los rincones del país mienten al decir que se están
implementando estrategias para que los mexicanos accedan a ella, simulan que
hacen algo y luego mienten al emitir los resultados, o bien manipulan la
información de tal manera que al rendir cuentas se puedan ver avances
significativos. Mientras exista en México gente que carezca de alimento, salud,
vivienda, educación de calidad, y en suma del respeto de sus derechos más
básicos no podrá existir la justicia social y ni hablar de impartición de
justicia.
Pero, ¿a qué se debe que no haya justicia
social el México? Y ¿Por qué los gobernantes no hacen algo por buscarla? Las
respuestas a estas preguntas pueden hacer énfasis en la falta de compromiso de
todos, desde la clase política que detenta el poder, hasta la clase más baja
que no posee nada, las dos tienen una característica común: carecen de
educación, pero no una educación entendida como la escolarización de los
habitantes de un pueblo, sino como la capacidad del individuo para hacer salir
de sí, las virtudes propias del ser
humano que lo lleve a una mejor
convivencia y que le permita desarrollar el espíritu de colaboración con los
demás, de eso es de lo que se carece.
Desde hace mucho tiempo según Sefchovich, los
discursos oficiales nos han venido asegurando que la educación es una de las
grandes metas y la principal prioridad de los gobiernos en turno y esto es así
porque a ella se le atribuyen las mayores virtudes para mejorar el futuro del
país, lo que trae como consecuencia que la educación siga siendo hasta ahora el
corazón de la política social del Estado mexicano; pero como casi todo lo que
sucede en nuestro país, la educación escolarizada también se simula.
Es cierto que el sistema educativo mexicano
ha realizado esfuerzos descomunales por, primero resolver la cobertura, después
por garantizar el acceso y evitar la deserción y, en los últimos años, por
lograr la calidad en los servicios educativos, y sin embargo existen factores
incontrolables que alteran tales esfuerzos y hacer difícil lograr las metas
planteadas.
Específicamente en el área de calidad
educativa, se han propuesto una serie de reformas a los planes y programas de
estudio que deberían tener como consecuencia mejores niveles de aprovechamiento
escolar, sin embargo los resultados de las evaluaciones estandarizadas no son
muy alentadores. Esto puede deberse a que cada gobierno en turno pretende dar
su “toque” a la educación y se la pasan modificando constantemente la parte
operativa de la misma, en pocas palabras y como dicen algunos maestros:
“todavía no se asimila bien una reforma, cuando ya están mandando otra”.
Mención aparte debe tener la educación
indígena, que como las propias comunidades, se encuentra en el abandono y
aunque es materia para enriquecer y dar realce a los informes de labores o de
gobierno, poco se ha hecho realmente por mejorarla. Las condiciones en que
viven la mayoría de los habitantes de los pueblos indígenas no permiten
siquiera satisfacer las necesidades más básicas de alimentación, salud y
vivienda, mucho menos de una educación de calidad. Los indígenas son siempre
carne de cañón a la hora de hacer publicidad electoral, pero son los últimos en
recibir la atención de las autoridades.
No hay igualdad entre los indígenas y el
resto de los mexicanos, los primeros casi siempre son tratados con desprecio y
discriminados por los segundos, incluso hay quien piensa que son personas de
segunda categoría y que todas sus calamidades se deben a que ellos mismos se
las han provocado. No hay mejor ejemplo de marginación social que ser indígena,
ser mujer y tener una condición de discapacidad física o mental, con esas tres
características nadie en México tiene futuro.
Pero, ¿A qué se debe que exista tanto grado
de marginación entre los habitantes de los pueblos indígenas? Las respuestas
tienen que ver posiblemente con que no tienen las condiciones necesarias para
desarrollarse integralmente, pero sobre todo por las condiciones de pobreza
extrema que padecen. La economía de México se ha visto envuelta en una serie de
convulsiones que han permitido la movilidad de algunas clases sociales entre
los habitantes de ésta nación: algunos sectores de la clase media han caído en
la pobreza y la mayoría de los pobres se han movido a la pobreza extrema.
Siempre se destacan en los informes
gubernamentales que existe un crecimiento en la economía del país, por lo
general de afirma que en términos macroeconómicos México se encuentra en una
posición aceptable, sin embargo para el grueso de la población que vive al día
en trabajos agotadores y con sueldos miserables, la percepción es muy distinta,
saben perfectamente que les mienten.
Las medidas tendientes a aceptar al
neoliberalismo como forma de gobierno han hecho que el país se encuentre en una
total dependencia del petróleo para solventar los gastos públicos, se han
perdido más empleos de los que se pueden generar y se han adquirido créditos
para salir adelante, todo en el afán de conservar lo que se tiene: un gobierno
funcionando, o mejor dicho, un gobierno simulando que funciona.
BIBLIOGRAFÍA:
Sefchovich, Sara
País de mentiras. Océano.
México
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